En este número varios escritores nos cuentan sus sueños volantes y sus avatares aviarios. «Un aire, un aire, un aire –escribe Gonzalo Rojas en su poema “Palabra”–: un aire, / un aire nuevo: / no para respirarlo / sino para vivirlo.»
Arroja al abismo todo lastre, si quieres elevarte. El aire es el elemento que nos invita a la ensoñación del mundo ingrávido, de la libertad física de las criaturas aladas y también de la imaginación, que cuando vuela deja su sombra en la tierra. La corona de los árboles, vista a ojo de pájaro, es como una raíz bebiendo del cielo. En el caleidoscopio de la noche y el día el espacio eólico está en constante transformación: colores, olores, las formas efímeras de las nubes, los sonidos llevados por un elemento invisible que sólo se percibe en su efecto. Pero todo sueño placentero tiene su antítesis en la pesadilla: vértigo, caída libre, huracán. El movimiento invisible del viento ahora juguetón se vuelve destructor.
En este número varios escritores nos cuentan sus sueños volantes y sus avatares aviarios. «Un aire, un aire, un aire –escribe Gonzalo Rojas en su poema “Palabra”–: un aire, / un aire nuevo: / no para respirarlo / sino para vivirlo.»
Arroja al abismo todo lastre, si quieres elevarte. El aire es el elemento que nos invita a la ensoñación del mundo ingrávido, de la libertad física de las criaturas aladas y también de la imaginación, que cuando vuela deja su sombra en la tierra. La corona de los árboles, vista a ojo de pájaro, es como una raíz bebiendo del cielo. En el caleidoscopio de la noche y el día el espacio eólico está en constante transformación: colores, olores, las formas efímeras de las nubes, los sonidos llevados por un elemento invisible que sólo se percibe en su efecto. Pero todo sueño placentero tiene su antítesis en la pesadilla: vértigo, caída libre, huracán. El movimiento invisible del viento ahora juguetón se vuelve destructor.
En este número varios escritores nos cuentan sus sueños volantes y sus avatares aviarios. «Un aire, un aire, un aire –escribe Gonzalo Rojas en su poema “Palabra”–: un aire, / un aire nuevo: / no para respirarlo / sino para vivirlo.»
Arroja al abismo todo lastre, si quieres elevarte. El aire es el elemento que nos invita a la ensoñación del mundo ingrávido, de la libertad física de las criaturas aladas y también de la imaginación, que cuando vuela deja su sombra en la tierra. La corona de los árboles, vista a ojo de pájaro, es como una raíz bebiendo del cielo. En el caleidoscopio de la noche y el día el espacio eólico está en constante transformación: colores, olores, las formas efímeras de las nubes, los sonidos llevados por un elemento invisible que sólo se percibe en su efecto. Pero todo sueño placentero tiene su antítesis en la pesadilla: vértigo, caída libre, huracán. El movimiento invisible del viento ahora juguetón se vuelve destructor.
En este número varios escritores nos cuentan sus sueños volantes y sus avatares aviarios. «Un aire, un aire, un aire –escribe Gonzalo Rojas en su poema “Palabra”–: un aire, / un aire nuevo: / no para respirarlo / sino para vivirlo.»
Arroja al abismo todo lastre, si quieres elevarte. El aire es el elemento que nos invita a la ensoñación del mundo ingrávido, de la libertad física de las criaturas aladas y también de la imaginación, que cuando vuela deja su sombra en la tierra. La corona de los árboles, vista a ojo de pájaro, es como una raíz bebiendo del cielo. En el caleidoscopio de la noche y el día el espacio eólico está en constante transformación: colores, olores, las formas efímeras de las nubes, los sonidos llevados por un elemento invisible que sólo se percibe en su efecto. Pero todo sueño placentero tiene su antítesis en la pesadilla: vértigo, caída libre, huracán. El movimiento invisible del viento ahora juguetón se vuelve destructor.