«Crucé la línea porque quería ver lo que estaban haciendo los nazis en la Francia ocupada. Lo aprendí de primera mano a lo largo de cuatro meses y medio en su prisión. Allí, en una cárcel militar de Chalon, averigüé más de lo que hubiera podido descubrir en caso de haber estado en libertad» Jay Allen
«Jay Allen era miembro del legendario cuerpo de corresponsales de trinchera, que incluía a
Vicent Sheean, Edgar Ansel Mowrer y Leland Stowe»
Alden Whitman, The New York Times
«Un reportero rompedor, de primera fila.» Gerald Brenan
Del prólogo de Giles Tremlett:
Jay Allen llevaba años como corresponsal en la oficina parisina del Chicago Tribune cubriendo los acontecimientos de una Europa que vivía en lo que hoy parecería un estado permanente de conflicto. Previamente Allen había estado en Francia, Bélgica, España, Italia, Austria, Alemania, Polonia y los Balcanes. Allí fue donde entendió que no solo había que estar presente en los momentos más importantes, sino que también había que hacer un esfuerzo por entender las raíces de cada conflicto. Por eso, en España, había pasado un tiempo en Andalucía y Extremadura, estudiando la reforma agraria de la República. Además, como queda patente en la crónica que aquí se publica, entendía que la verdad muchas veces se explicaba mejor con las historias individuales, con las experiencias de personas sin relevancia, que con las grandes entrevistas o retratos de personajes públicos. Las amistades que forjó tanto con otros prisioneros como con sus carceleros alemanes en Chalon dan fe de ello. Estos retratos individuales, en su conjunto, nos brindan una oportunidad de entender algo mejor cómo la Europa de entonces pudo convertirse en aquella explosión de locura y sangre.
La crónica sobre Chalon se publicó en la revista Harper´s cuando Allen todavía mantenía viva su fe en la democracia norteamericana. El ataque japonés a Pearl Harbour ya había forzado la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Su propio país estaba, por fin, ayudando en la tarea de derrocar al fascismo. Era una empresa que Allen –con sus años de experiencia en España– hacía tiempo que sabía que era fundamental para el futuro del mundo libre. Pero su contacto con el régimen de Vichy fue, asimismo, un primer gran desengaño. Descubrió que en algunas democracias europeas subyacía, a pesar de lo que él había visto en España y de lo que el mundo ya había aprendido sobre Hitler, un deseo de acomodarse a los totalitarismos de derechas. El colmo fue cuando, después de que el general Eisenhower le reclutara para trabajar en el departamento de guerra psicológica en Marruecos, Allen descubrió que EE UU estaban dispuestos a mirar para otro lado y pasar por alto los pecados de los militares franceses del régimen de Vichy . Eisenhower le despidió, diciendo que su tarea como general era ganar una guerra como fuera. Allen volvió a casa deprimido. La gran causa de la democracia y la libertad, la que había inspirado su trabajo en España y sus más que peligrosas incursiones en el territorio ocupado por los alemanes en Francia, había quedado manchada para siempre. Luego, después de la guerra, vio como EE UU daban un apoyo tácito al régimen de Franco.
«Crucé la línea porque quería ver lo que estaban haciendo los nazis en la Francia ocupada. Lo aprendí de primera mano a lo largo de cuatro meses y medio en su prisión. Allí, en una cárcel militar de Chalon, averigüé más de lo que hubiera podido descubrir en caso de haber estado en libertad» Jay Allen
«Jay Allen era miembro del legendario cuerpo de corresponsales de trinchera, que incluía a
Vicent Sheean, Edgar Ansel Mowrer y Leland Stowe»
Alden Whitman, The New York Times
«Un reportero rompedor, de primera fila.» Gerald Brenan
Del prólogo de Giles Tremlett:
Jay Allen llevaba años como corresponsal en la oficina parisina del Chicago Tribune cubriendo los acontecimientos de una Europa que vivía en lo que hoy parecería un estado permanente de conflicto. Previamente Allen había estado en Francia, Bélgica, España, Italia, Austria, Alemania, Polonia y los Balcanes. Allí fue donde entendió que no solo había que estar presente en los momentos más importantes, sino que también había que hacer un esfuerzo por entender las raíces de cada conflicto. Por eso, en España, había pasado un tiempo en Andalucía y Extremadura, estudiando la reforma agraria de la República. Además, como queda patente en la crónica que aquí se publica, entendía que la verdad muchas veces se explicaba mejor con las historias individuales, con las experiencias de personas sin relevancia, que con las grandes entrevistas o retratos de personajes públicos. Las amistades que forjó tanto con otros prisioneros como con sus carceleros alemanes en Chalon dan fe de ello. Estos retratos individuales, en su conjunto, nos brindan una oportunidad de entender algo mejor cómo la Europa de entonces pudo convertirse en aquella explosión de locura y sangre.
La crónica sobre Chalon se publicó en la revista Harper´s cuando Allen todavía mantenía viva su fe en la democracia norteamericana. El ataque japonés a Pearl Harbour ya había forzado la entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Su propio país estaba, por fin, ayudando en la tarea de derrocar al fascismo. Era una empresa que Allen –con sus años de experiencia en España– hacía tiempo que sabía que era fundamental para el futuro del mundo libre. Pero su contacto con el régimen de Vichy fue, asimismo, un primer gran desengaño. Descubrió que en algunas democracias europeas subyacía, a pesar de lo que él había visto en España y de lo que el mundo ya había aprendido sobre Hitler, un deseo de acomodarse a los totalitarismos de derechas. El colmo fue cuando, después de que el general Eisenhower le reclutara para trabajar en el departamento de guerra psicológica en Marruecos, Allen descubrió que EE UU estaban dispuestos a mirar para otro lado y pasar por alto los pecados de los militares franceses del régimen de Vichy . Eisenhower le despidió, diciendo que su tarea como general era ganar una guerra como fuera. Allen volvió a casa deprimido. La gran causa de la democracia y la libertad, la que había inspirado su trabajo en España y sus más que peligrosas incursiones en el territorio ocupado por los alemanes en Francia, había quedado manchada para siempre. Luego, después de la guerra, vio como EE UU daban un apoyo tácito al régimen de Franco.