Dicen que una isla es el lugar ideal para perderse. Yo tuve que llegar al inhóspito Sark, un islote con quinientas almas en el canal de la Mancha, para encontrarme a mí misma.
Todo empezó una mañana gris de octubre cuando por fin conseguí que una embarcación me llevara desde la isla vecina de Guernsey. El mal tiempo había impedido que ningún ferry se aventurara en aquel mar revuelto desde hacía días. Finalmente logré convencer a un pescador, que salía a faenar temprano, para que me acercara a Sark. El trayecto me costó el sueldo de una semana, pero llegaba con dos días de retraso y temía perder el empleo incluso antes de empezar.
No fue hasta más tarde, sentada en aquel bote pesquero, con el chaleco salvavidas puesto y la cabeza entre las rodillas para vencer el mareo, que pensé en la posibilidad de perder algo todavía más valioso: mi propia vida.
Dicen que una isla es el lugar ideal para perderse. Yo tuve que llegar al inhóspito Sark, un islote con quinientas almas en el canal de la Mancha, para encontrarme a mí misma.
Todo empezó una mañana gris de octubre cuando por fin conseguí que una embarcación me llevara desde la isla vecina de Guernsey. El mal tiempo había impedido que ningún ferry se aventurara en aquel mar revuelto desde hacía días. Finalmente logré convencer a un pescador, que salía a faenar temprano, para que me acercara a Sark. El trayecto me costó el sueldo de una semana, pero llegaba con dos días de retraso y temía perder el empleo incluso antes de empezar.
No fue hasta más tarde, sentada en aquel bote pesquero, con el chaleco salvavidas puesto y la cabeza entre las rodillas para vencer el mareo, que pensé en la posibilidad de perder algo todavía más valioso: mi propia vida.